martes, 26 de mayo de 2009

0 Slumdog Millionaire vs. Ciudad de Dios: La ciudad contemporánea

Relación entre hábitat y desarrollo local: las condiciones del hábitat en los suburbios (... 3)

La polis. Las jerarquías del poder se invierten. El Estado no existe y si hace amago de aparición se repliega rápidamente ante las mafias: especulación inmobiliaria, explotación infantil, prostitución, sobornos, corrupción, tráfico de armas, tráfico de drogas... En el proceso de transformación de Bombay a Mumbai, Javed, el ganster del barrio, es ahora el magnate del negocio inmobiliario. Y Jamal se convierte de la noche a la mañana en millonario. ¿Cómo puede el chico del té saber más que nadie y ganar un concurso millonario? La respuesta la da el propio Jamal en otro momento de la película: "No querían ver un poco de la India auténtica? Aquí la tienen". Si todo está escrito, toda la vida de Jamal Malik está impresa entre las cuatro opciones a las preguntas de un programa concurso en TV. Si ese es su destino, toda su vida cobra sentido y tiene como fin llegar hasta allí y encontrar el amor de su vida. Todo esto suena más a cuento de hadas que a película que denuncia una realidad de extrema pobreza, injusticia y desigualdad. Tal vez sea esto lo que Danny Boyle pretendía.

Sobre lo que pretende Fernando Meirelles no caben dudas. Su película narra como este poder de las mafias se va extendiendo poco a poco a todos los rincones de Ciudad de Dios. Comienza en pequeños lugares donde se trafica con marihuana y en apenas una década se convierte en un auténtico emporio de la coca regentado por Zé Pequeño. La evolución del piso de Los Apés ilustra muy bien como la favela se va transformando en un lugar plagado de drogadictos y de traficantes y como evolucionan paralelamente los patrones de consumo, pasando de la marihuana a la cocaína. Los capos, Zé Pequeño y en menor medida Cenouras, son los actores clave en la toma de decisiones. Zé elimina uno por uno a todos sus adversarios, garantiza la seguridad del vecindario y se gana así su respeto. En realidad los vecinos están sometidos a su dictadura y no poseen ningún espacio de participación.

La película cuenta muy bien como se inician estos niños de las favelas en el mundo de la delincuencia y la drogadicción. Comienzan haciendo de recaderos y a cambio de bebidas o hacer algún recado reciben un poco de droga, después pasan a vigilantes, de vigilantes a vapor, de vapor a soldado y de soldado, si son un poco inteligentes pueden llegar a convertirse en gerentes del negocio de drogas. A estos grupos se accede después de un ritual de sangre, la deslealtad se paga con un tiro en la sien, la lealtad con un chute de coca o un porro. La valentía es directamente proporcional al calibre de la pistola que lleven en la mano: “Yo fumo y esnifo. Ya he matado y he robado. Ya soy todo un hombre” - Filé con patatas.

Buscapé, nuestro héroe de Ciudad de Dios, consigue con unas fotos a la banda de Zé Pequeño lo que la policía, representante del Estado en la favela, no ha hecho en una década. Él representa el poder de los medios de comunicación sobre la opinión de la ciudadanía y los poderes públicos, su capacidad de incidencia política y de denuncia de la injusticia social. Y es que cuando la prensa entra en Ciudad de Dios, la policía interviene y “los chulos se van”. Luego la policía recibe su parte y no vuelve a crear problemas. Es el círculo vicioso de siempre. Buscapé lo sabe bien y busca con el objetivo de su cámara el testimonio de esta farsa. Las fotos que consigue le plantean un dilema ético y vital: publicar las imágenes de Zé Pequeño acribillado a balazos por los raterillos en una calle de la favela y conseguir trabajo , o publicar las fotos de Zé Pequeño sobornando a la policía y hacerse famoso. Zé Pequeño no le “tocará más los cojones, pero ¿y la policía?”. Buscapé consigue un trabajo de aprendiz de fotógrafo y ahora se llama Wilson Rodrigues.

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